“Función de la historia y el rol de los historiadores en la sociedad actualˮ
Desde tiempos antiguos la función del historiador fue indagar sobre el pasado de los grupos humanos a fin de explicarlo a las generaciones presentes para su memoria, reflexión y extraer enseñanzas. Los seres humanos nunca pudimos sustraernos de la dimensión temporal en la que se ha tejido desde temprano la cohesión social y el poder de los Estados.
Para los griegos se trataba de la investigación de los hechos reales de los pueblos como colectivos, donde sobresalían como individualidades los héroes y sus contrarios que siempre se enmarcaban en acciones colectivas, por lo que eran amados o detestados por esos conglomerados. De ahí que esta indagación lleva siempre un doble contenido, pues se refiere a lo que pasó efectivamente, que tuvo muchos testigos, y, también, de lo que luego el historiador reconstruye como narración, como historia, mediante la concatenación de hechos en un proceso que trata de remontar a los orígenes y que suele seguirse a través de diversas líneas y huellas hasta el presente del narrador. No es raro que los poderosos intentaran crear sus propias narrativas donde aparecían como héroes, resaltando a estos por encima del grupo humano; los propios Estados propiciaron esas narrativas de reyes y emperadores, como también de señores feudales, el alto clero u otros nobles.
Desde el siglo XIX, no obstante, la historia se transformó en una ciencia social, que definió el pasado de la sociedad humana como su objeto. Este último coincide con su sujeto, pues trata de estudiarse a sí misma en su trayectoria anterior, lo que la hace especial. Para hacerlo cuenta con métodos, guiados por teorías del conocimiento sociohistórico, que orientan la formulación de los problemas sometidos a examen, las posibles hipótesis o respuestas y el reconocimiento de distintos tipos de evidencias en las múltiples fuentes a su disposición, así como de la ayuda de todas las demás ciencias. Esto exige a las personas dedicadas al oficio de la historia a empeñar su máximo esfuerzo para dar con las evidencias que sustentan sus afirmaciones y, más que cualquier otra cosa, a proporcionar explicaciones comprensivas del pasado y del presente, que luego son expuestas en obras de síntesis generales con distintos alcances.
La premisa principal de la ciencia de la historia es que la realidad social constituye una unidad, por lo que todo el devenir humano se halla interrelacionado. Como ciencia la historia realiza una función crítica radicalmente humana, continuamente renovada; aunque por razones prácticas recurre al estudio parcelado de tiempos y territorios correspondientes a diferentes pueblos, naciones o regiones más amplias. Si antes la historia narraba las grandes gestas y tomaba como héroes a sus protagonistas, la ciencia de hoy no puede prescindir de las acciones de la gente común, de sus movilizaciones y protestas, de sus luchas y aspiraciones, más notorias en períodos de cambio, en el contexto de las diversas organizaciones económicas y políticas de las complejas sociedades actuales.
Gracias al esfuerzo capital de José Gabriel García, la historia dominicana surgió en la época que se conformó la ciencia histórica moderna. Por eso justamente se le considera el Padre de la Historiografía Dominicana. Su obra está penetrada del espíritu científico positivista propio de su época, según el cual “la historia se hace con documentos” referidos a los hechos humanos sobresalientes, los cuales tenían a los Estados-Naciones como lugar preferente. En función de esto último dio preeminencia a los hechos políticos en su obra, aunque sin descuidar la cuestión de los orígenes, la cronología y la explicación causal, pese a lo cual la narración en que se enmarcan está sujeta a modelos provenientes del liberalismo nacionalista entonces en boga. La génesis de la conciencia histórica moderna se produjo al mismo tiempo que, como señaló Pedro Henríquez Ureña, se había completado “el proceso de intelección de la idea nacional”, esto es, tras las luchas contra la dictadura de los seis años de Buenaventura Báez, después de la guerra restauradora de la república instalada en 1844; un proceso iniciado en 1821 con la ruptura del pacto colonial con España.
Quien hace historia como ciencia es ante todo alguien que es capaz de indagar, encontrar pistas, indicios, establecer hechos y procesos, trabajar los vestigios y fuentes del pasado, organizarlos en periodos cronológicos y analizarlos, conforme a teorías y métodos de estudio a fin de proponerlas a sus contemporáneos como síntesis explicativas para la comprensión significativa del pasado, que por lo mismo invita a la reflexión. Pero el historiador no trabaja solo por más que lo haga desde su taller y su parcela. Todo el ingente saber histórico está disponible y es su responsabilidad conocer una parte importante de su campo de estudio, como indispensable cultura básica. Se trata de evaluaciones razonadas, que buscan el origen y desarrollo de los fenómenos y procesos que expone, sin ocultar los saltos o vacíos que deja, de modo que conduzcan al conocimiento crítico y no autocomplaciente. Un razonamiento tal depende de dos actitudes clave del historiador: “un honesto y profundo sentido humano” (María Ugarte) y de un sincero “amor a la verdad histórica” (Vetilio Alfau Durán) de las sociedades, sin omisiones ni manipulaciones que la desvirtúen.
La historia enseña a pensar el presente a profundidad por la perspectiva histórica de desarrollo humano que nos aporta: una dimensión temporal concreta que se dirige a los orígenes, que nos llama a tomar con gravedad el presente y a reflexionar sobre la posibilidad de empujar hacia el futuro por caminos cada vez más humanos: de justicia y equidad social, de igualdad y libertad responsable, de respeto a los derechos humanos y cuidado del mundo en que vivimos.
Santo Domingo, República Dominicana.
13 de enero de 2022.
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