En el marco del 177 aniversario de aquel glorioso 27 de febrero de 1844, los dominicanos podemos proclamar con orgullo que contamos con una patria robusta, firme y con inmensas posibilidades de superar las dificultades que puedan interponerse en la ruta que conduce a nuestro pleno desarrollo como nación, precisamente en estos momentos en que se padece la pandemia de la COVID-19.
Es necesario que cada dominicano pueda afirmar que cuenta con un país que mira su pasado con orgullo, vive su presente con alegría y ve el futuro con esperanza.
Sin embargo, el camino recorrido hasta hoy ha sido tortuoso y teñido con la sangre noble de miles de dominicanos que, a través de un prolongado y tesonero esfuerzo, convirtieron esta tierra en una Patria que los dominicanos de hoy debemos engrandecer con espíritu agradecido enalteciendo su recuerdo.
Veamos los ejemplos.
Aunque en diciembre de 1821 José Núñez de Cáceres inició la ruta que conduciría a los dominicanos al logro posterior de la emancipación, la ocupación haitiana ocurrida semanas después y que se prolongaría por 22 años ininterrumpidos, afianzó la conciencia popular que ratificó el hecho nacional. En efecto, las medidas políticas dispuestas por Jean-Pierre Boyer, crearon las condiciones para que cuajaran las legítimas aspiraciones de nuestros habitantes por conformar una nación libre, soberana e independiente.
Por esa razón, los acontecimientos que condujeron a los hechos ocurridos el 27 de febrero de 1844 constituyen sucesos de perpetua memoria, complejos y significativos, sin los cuales hubiera sido imposible el inicio del proceso que condujo a nuestra independencia y al nacimiento de nuestra patria.
Los dominicanos de ayer apoyaron las medidas progresistas de los ocupantes haitianos cuando liquidaron la institución de la esclavitud y distribuyeron tierras entre los campesinos, porque las consideraron medidas justicieras. Sin embargo, las arbitrariedades practicadas contra nuestros pacíficos ciudadanos, unidas a la imposición del Código Rural y a su autoritaria aplicación, perturbó no solo el sistema de producción predominante entonces, sino que estableció una normativa jurídica y tributaria que provocaba que el trabajo de nuestros laboriosos hombres, en lugar de acrecentar sus bienes, sus propiedades y nuestra economía, contribuía a incrementar el tesoro de los haitianos.
En efecto, sobre las espaldas de nuestros habitantes recaía el pago de una buena parte de la deuda que Haití había contraído con Francia a cambio del reconocimiento de su independencia, compromiso que los dominicanos no consideraban suyo y que provocó una indignación nacional que mantuvo encendida la llama independentista.
Esas disposiciones, unidas a las lamentables condiciones económicas, políticas, sociales y culturales en las que se encontraban los habitantes de Santo Domingo, se convirtieron en el detonante que estimuló que en el decenio de 1830-1840 surgieran distintos movimientos separatistas, tanto de carácter liberal como conservador, que se convirtieron en la tea que necesitaba el país para encender el latente patriotismo de nuestro pueblo.
La misión de liderar, organizar y combinar esfuerzos por la gesta de independencia dominicana fue asumida por Juan Pablo Duarte, joven talentoso que había conocido las ideas libertarias en Europa y que, a su regreso en 1831, se dedicó a transmitir a sus conciudadanos, el programa, los ideales, los sentimientos libertarios y sus aspiraciones de liberarse del yugo extranjero.
Esa tarea ciclópea se materializó a través de las actividades organizadas desde la sociedad secreta Trinitaria, fundada en 1838, así como de otras agrupaciones como La Dramática y La Filantrópica, las cuales crearon las condiciones políticas que condujeron a la acción de los dominicanos contra la dictadura de Boyer.
Debemos destacar que el conjunto de ideas concebidas por Duarte formaba parte de una clara estrategia. Esa fue la razón por la cual el patricio recurrió a una alianza con los reformistas haitianos y con los conservadores locales, mientras junto a los trinitarios continuaba el proceso de concientización en busca de que las ideas libertarias se transformaran en la identidad nacional que requería nuestra población para luchar con denuedo contra los ocupantes de nuestro territorio.
Los esfuerzos de Duarte y demás trinitarios arrojaron los frutos que condujeron a la fundación de la República Dominicana y a la creación de conciencia entre nuestros habitantes de la necesidad de liberarnos de los vejámenes y atropellos que padecíamos, tal como fue expuesto en la “Manifestación del 16 de enero de 1844”, considerada por Emilio Rodríguez Demorizi como nuestra Acta de Independencia.
Muchas han sido las dificultades que en el devenir del tiempo ha tenido que enfrentar nuestro país para mantener y afianzar la independencia que nos legaron los Padres de la Patria. Entre ellas podemos describir, las apetencias imperiales de grandes potencias, las cuales, combinadas con la incredulidad de algunos líderes nacionales sobre nuestra capacidad para mantenernos como una nación libre, soberana e independiente, amenazaron seriamente con negar el legado de nuestros patricios; como también lo hicieron los regímenes dictatoriales que suprimieron las libertades y la democracia. Sin embargo, a pesar de todos esos complicados trances, hasta ahora la decisión imperecedera de la parte más consciente de nuestro pueblo ha logrado superar esos obstáculos.
Los retos aún no han terminado, pues los dominicanos no debemos conformarnos solo con tener un Estado soberano, sino que todavía está pendiente la tarea de que el país cuente con sólidas instituciones democráticas donde el imperio de las leyes se respete para que todos los ciudadanos se rijan por un comportamiento que nos permita actuar con transparencia y patriotismo, aspiración cimera del patricio Juan Pablo Duarte.
Los combates librados por nuestros bravos soldados por la consolidación de la independencia nacional se convirtieron en prácticas cotidianas en nuestro desarrollo como sociedad. Esas batallas por la soberanía y la democracia se han constituido en una sólida base para fomentar una sana y pacífica convivencia y para evitar la decadencia y el caos.
Hoy más que nunca, el ideal duartiano debe ser preservado y practicado, ya que es algo que no le corresponde a ningún dominicano en particular, sino una creación que se debe a todas las personas que sacrificaron sus vidas por nuestro país y por los que hoy luchan por el sostenimiento de nuestras instituciones fundamentales.
Desde la Academia Dominicana de la Historia, en el marco del año del 90 aniversario de su fundación, hacemos votos porque a través del conocimiento de nuestra historia nacional aprendamos de los aciertos y errores del pasado, y que trabajemos para hacer los correctivos necesarios que encaucen el país por grandes derroteros.
Esa será la mejor forma de rendir tributo, admiración y agradecimiento a los ilustres Padres de la Patria y, con ellos, a todos los patriotas, hombres y mujeres que contribuyeron a la fundación de la República Dominicana y a preservar la soberanía política y la identidad nacional de nuestro pueblo.
Santo Domingo, República Dominicana. 27 de febrero de 2021.
Acerca del autor