Comparezco ante ustedes esta tarde en calidad de comisionado de la junta directiva de la Academia Dominicana de la Historia para ofrecer el último adiós a su miembro de número, exvicepresidente y exsecretario Adriano Miguel Tejada, encomienda que asumo con emoción, pues a quien reintegramos a la tierra que le vio nacer fue mi profesor en la carrera de Derecho en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y el académico que pronunció el discurso de recepción en ocasión de mi ingreso a esa corporación como miembro de número en 2012; el entonces último numerario en ingresar recibía entonces a su miembro de número más joven. En tal virtud, no haré una apología de su obra y su figura como jurista, politólogo, profesor universitario o periodista, facetas correspondientes a otras etapas públicas de su vida y solamente me referiré al Adriano Miguel que ejerció como historiador.
Como él mismo llegó a escribir, desde muy joven fue amante de la lectura, la literatura y la historia, aficiones que le inculcó su madre. Fue un ávido lector: pasó su niñez leyendo la revista argentina “Billiken”, que le abrió las puertas a textos de mayores dimensiones, desde Vargas Vila a José Ingenieros, desde Marx y Lenin hasta Ortega y Gasset. En bachillerato estudió con los libros que editó el Dr. Artagnan Pérez Méndez y abierto al conocimiento, en 1964 recibió cátedras en la Universidad Católica Madre y Maestra del Dr. Carlos Dobal, un “maestro que me alumbró tanto”, como dijo de él en una ocasión y de quien aprendió “de sus enseñanzas y su sentido de la vida”. Los encauces de su madre y sus maestros rindieron frutos tan temprano que baste decir que, con 21 años, en 1969, fue fundador y primer presidente del Ateneo de Moca.
Llevó con orgullo el honor de ser hijo de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, miembro de su tercera promoción, y a la que se vinculó como docente y funcionario. Su revista EME EME Estudios Dominicanos, de cuyo consejo de redacción fue miembro, acogió entre 1974 y 1983 ensayos de su autoría que evidenciaron su interés en el siglo XIX dominicano; en ellos abordó el folklore como mecanismo de control político en Heureaux y Trujillo; los sacerdotes de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Moca; la política exterior norteamericana en el Caribe a propósito de intervenciones en República Dominicana; los partidos rojo, azul y verde; la historia y origen de los nombres de las provincias dominicanas y el 27 de febrero de 1844 y su contexto internacional.
Mientras fue director del periódico La Información, de Santiago, y en ocasión del 150 aniversario de la Independencia nacional, dio a la luz una singular serie de noticias sobre ese proceso acaecidas entre 1842 y 1844, hechas coincidir con los días que corrían, como si se tratase de un periódico de aquella época. Su compilación resultó en el Diario de la Independencia, publicado en 1994 como parte de los volúmenes de la colección gubernamental del sesquicentenario de la Independencia, una aportación muy valiosa para la divulgación de la historia, al punto de que fue reeditada en tres ocasiones.
El llamado telúrico se hizo manifiesto en 1995 con El ajusticiamiento de Lilís, que la Comisión Permanente de Efemérides Patrias reeditó en 1999, en ocasión del centenario del magnicidio del dictador.
En 1997 fue escogido como miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Historia y en esa condición fue autor en 1999 de 100 años de historia, una recopilación de una sección especial que tituló Un día en la historia, aparecida en la revista Rumbo al filo del siglo XX, y coautor de Historia de la República Dominicana, obra publicada en 2010.
En 2011, una vez la asamblea de miembros de número de la Academia lo escogió como uno de sus pares, pronunció su discurso de ingreso Duarte, la prensa de Curazao y la Independencia dominicana, investigación de su confesada condición de duartiano de corazón, como expresó en la ocasión.
Entroncado a su desempeño como periodista, en 2016 la Academia publicó su recopilación La prensa y la guerra de abril de 1965, una novedosa versión de la revolución de 1965 a partir del papel jugado por las prensas dominicana y extranjera en ese momento.
Este sería su último texto en materia de historia. Aspiraba regresar, con la protección de Dios, al “ruidoso silencio” del historiador, como escribió en su último AM en Diario Libre del pasado 19 de octubre, luego de su retiro de la dirección de ese diario.
Pero la muerte, tránsito indispensable, como la llamara el historiador cubano también ido este año Eusebio Leal Spengler, tronchó su deseo de retomar esa pasión materna, a través de la cual intuyo que buscaba volver a la Moca que espiritualmente nunca dejó, a la que siempre acudió ante sus múltiples reclamos.
Moca lo recibe hoy como una madre, se reintegra a ella para siempre, para dormir en el mismo regazo en que descansan sus antepasados, que siempre le será propicio por el amor que de manera invariable le profesó. Ve en paz.
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